Pasado y presente se conectan estos días en la historia de Gershon Baskin (Nueva York, 67 años). Desde que emigró a Israel en 1978, ha impulsado canales secretos para resolver el conflicto de Oriente Próximo y, en las últimas dos décadas, contribuido a negociar directamente con Hamás altos el fuego, pruebas de vida y canjes de rehenes israelíes por presos palestinos, en particular el del soldado Guilad Shalit en 2011. Entre los más de mil reclusos liberados en aquel intercambio estaba el actual líder de Hamás en la Franja, Yahia Sinwar, considerado el cerebro del ataque sorpresa del 7 de octubre y sin cuya luz verde ―desde donde esté escondido― no saldrá ahora adelante el segundo intercambio que Israel y Hamás negocian estos días a través de Qatar, Egipto y Estados Unidos. Director para Oriente Próximo de la ONG de derechos humanos Organización Internacional de Comunidades, Baskin no está involucrado en el actual diálogo, pero mantiene contacto con sus mediadores y ofrece la perspectiva de quien ha acercado posturas en el pasado y tratado durante años con líderes del movimiento islamista. “La de ahora es la negociación más rara del mundo porque ambas partes están completamente comprometidas con la destrucción de la otra. No hay confianza. Solo confianza en que tú quieres matarme y yo quiero matarte […] Las que llevé a cabo nunca fueron en circunstancias similares a las actuales: ni tantos rehenes, ni con un daño tan enorme en Gaza, ni con una guerra así en marcha”, asegura en una entrevista en su casa de Jerusalén.
Con todo, Baskin ve “bastante probable” que se acuerde un segundo canje, que complemente al de la última semana de noviembre, en el que 105 rehenes y 240 presos palestinos recobraron la libertad. Matiza, eso sí, que quizás solo se cumpla la primera parte. El acuerdo, según diversas fuentes, tendría tres o cuatro fases, con la liberación escalonada de los 132 rehenes que quedan en Gaza: primero, los civiles; luego, los militares y, finalmente, los cadáveres (oficialmente, 29, pero se sospecha que bastantes más). A cambio, Israel excarcelaría a un alto número ―aún por determinar― de reclusos palestinos ―incluidos nombres de peso― durante un alto el fuego de entre seis y ocho semanas. El exmediador recuerda, además, que las conversaciones sobre la propuesta esbozada hace una semana en París se mueven aún en el establecimiento del marco general: “Son los detalles lo que harán el acuerdo posible o no”, apunta.
La principal diferencia entre las partes reside en el punto de llegada, no de partida. Hamás insiste en que sea la conclusión de la guerra y la salida de todas las tropas, a lo que Israel se niega, como reiteró este domingo el primer ministro Benjamín Netanyahu. “No aceptaremos cualquier acuerdo y no a cualquier precio”, señaló ante la creciente presión de las familias de los secuestrados y de parte de su Ejecutivo de concentración.
Y ese es el nudo que lo complica todo. “En el acuerdo que propone Hamás está la creencia de que seguirá gobernando Gaza tras la guerra. En realidad, Israel podría aceptar las tres etapas y solo implementar una de ellas. O decir que está de acuerdo con el fin total de la guerra y luego [cuando tenga en sus manos todos los rehenes] reanudarla. O liberar presos y luego volver a arrestarlos. Pero en el Gobierno israelí existe la sensación de que aceptar el fin de la guerra y una retirada israelí de Gaza, incluso si no tuviese intención de cumplirlas, sería rendirse a Hamás y se percibiría como tal a nivel local, regional e internacional”, asegura.
El problema de ese pulso es que deja poco espacio a una solución de compromiso. “Se puede negociar sobre los tiempos, la logística, los nombres [de los excarcelados], quién sale liberado primero, quién después…”, pero al fin y al cabo la disyuntiva de Israel reside en “aceptar las exigencias de Hamás o no hacerlo”. “Por mis 17 años de experiencia con Hamás, dicen lo que se creen y se creen lo que dicen. Y no suelen hacer concesiones en los principios que marcan su relación con Israel. Me resulta difícil imaginar a Hamás dando marcha atrás o cambiando sus posiciones cuando cree que va a emerger de la guerra manteniendo el control de Gaza”, señala. ¿Ilusorio? “No sé cuán ilusorio es. Sacarlos es más difícil de lo que Israel pensó. Y si hay algo que se sabía desde el principio de la guerra es que nadie en Hamás es irremplazable; cuando se mata a un alto mando [de su milicia], es inmediatamente reemplazado”.
Ahí entra la figura de Sinwar. Baskin nunca ha negociado con él directamente, pero su impresión de haberlo hecho indirectamente es que “no tiene miedo a morir” y que ―desde que salió de prisión tras cumplir 22 años por matar a dos soldados israelíes y a cuatro colaboracionistas palestinos― “sabe que Israel lo matará, tarde o temprano”. “Creo que lo más importante para él, más que su propia vida, es la liberación de todos los presos”, agrega.
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Baskin no oculta su posición sobre el canje, por el que presiona más bien el centro-izquierda, opuesto a Netanyahu; mientras que la derecha pone el acento en la destrucción absoluta de Hamás y también en la reconstrucción de los asentamientos evacuados en 2005, defendido por algunas facciones del conservadurismo israelí. El activista lleva una sudadera con el lema de los partidarios de la liberación ―“Los traemos de vuelta a casa ahora”― y el lazo amarillo que los distingue. “Israel deja de ser Israel si estos rehenes son sacrificados”, argumenta. “Nuestro país, nuestro Gobierno, fracasó en protegernos el 7 de octubre. Si ahora los rehenes son sacrificados, ¿por qué debería un israelí permanecer aquí? ¿Por qué debería mandar a sus hijos al ejército? Si se rompe esa parte básica del ethos israelí de no dejar a nadie atrás; el daño a la sociedad israelí tardará generaciones en arreglarse. Puedes acabar la guerra, retirar las tropas, traer de vuelta a todos los rehenes y luego reiniciarla cuando quieras”, concluye.
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